“Señores míos, dijo el anciano encarecidamente a los fuegos fatuos, en adelante voy a enseñaros el camino abriendo el paso; más esperamos vuestra preciosa ayuda para franquearnos la puerta del sagrado recinto, por la cual tenemos que entrar esta vez y que nadie más que vosotros podéis abrir.”
Johann Wolfgang Goethe
Estas palabras son para los más jóvenes, para
los que aún buscan la verdad. Hay aproximadamente 7 millones de venezolanos
fuera de su país. Ellos son parte del pueblo de Bolívar y gran parte de este
desea un cambio político y económico, y observan con tristeza la perpetuación
de Maduro en el poder. Otros se suman y aclaman las políticas
desestabilizadoras de Estados Unidos que hace décadas han truncado la voluntad
de tantos pueblos del mundo. Dicho esto, no creo que Maduro haya falseado
votos. Sería fácil de demostrarlo y sería un riesgo demasiado costoso si es
que, como plantea la oposición, hubiera tenido la voluntad de robarse las
elecciones. Pero sí creo que las reglas del juego no están claras, ni son
justas de antemano, y que, si no se hubiera llegado a este punto de inflexión
política, Maduro hoy no fuera presidente.
A la
mayor comunidad de venezolanos en el exterior se le prohibió votar, debido a
que su actual país de residencia promueve una agenda imperialista, y no ha
descansado de minar los procesos democráticos de izquierda: Tabaré, Evo, Lula,
Chávez, Correa; hoy día Petro, Obrador. De esta manera Venezuela busca erigirse
como un día Cuba lo hizo frente a los movimientos de izquierdas sofocados por
sangrientas dictaduras bajo la tutela de Washington, y esquiva esa punta de
lanza, la misma que hoy la derecha ha esgrimido contra el propio proceso
democrático estadunidense, poniendo en jaque la institucionalidad y reavivando
el fondo fascista de la sociedad global.
Se pensaba que llegaríamos a ponernos de
acuerdo por el bien de todos y el futuro de la civilización: hablo del pequeño
deshielo que iniciaron Obama y Raúl, y las tendencias de inclusión y equidad
políticas que abogaron por una unidad de la diversidad a comienzo de siglo. Ya
son hoy un espejismo cada vez más lejano y pareciera que nos adentramos de
nuevo en la guerra fría, en un mundo de fuegos fatuos.
De modo que cuando analizamos el contexto del
madurismo en Venezuela (quiero distinguirlo del chavismo como revolución
auténtica popular -democrática), no se debe desconocer la realidad en que se ha
fermentado: nuevamente una realidad en que los grandes intereses económicos han
buscado subvertir el poder del pueblo, y han desconocido su derrota histórica;
Trump a la cabeza. ¿Será el gobierno de Maduro continuación o no del
“socialismo del siglo XXI”, un socialismo democrático, que no caiga en los
errores del caudillismo y de su definición por negación, dándole la espalda a
una parte del pueblo? No es fácil encontrar una respuesta, cuando las campañas
opositoras no han jugado limpio, propinando golpes de estados, buscando el
control de la opinión pública mediante los medios, inyectando millones a la
subversión y una gran parte de la comunidad internacional mirando hacia el otro
lado: esa ambigüedad brutal que se ha adueñado de mentes y corazones brillantes
es hoy una realidad ya histórica.
Sin la verdad no se llega lejos. Hay que hablar
con honestidad y evidencias de cómo se ha venido imponiendo un modelo
proto-fascista en la sociedad global. Si bien los gobiernos que emergieron con
el socialismo del siglo XXI concientizaron la necesidad de retomar el camino
socialdemócrata, la oposición victoriosa con la llegada de Trump al poder se
encargó de desarticular cualquier vestigio de la base legítima de la
socialdemocracia en América Latina; base de la que pareció emerger otra era de
paz y bienestar social para todos los pueblos. Pues ahora podemos ver parte de las
consecuencias de la política de desestabilización que se agigantó con el
trumpismo, como mismo han podido atestiguar al final del capítulo XX de la
Historia, cómo la despiadada y engañosa guerra de Occidente en Medio Oriente no
hizo más que avivar un avispero que sigue amenazando la seguridad de mayores
ciudades del mundo.
¿Que hubo y ha habido otras maneras de negociar
los conflictos e intereses del mundo?, no hay dudas, si la especulación
capitalista y la extrema derecha no hubieran seguido moviendo la balanza a su
favor por detrás del telón. La vuelta a un escenario político donde el
extremismo no permite legislar y por ende funcionar al sistema democrático
mismo, haciéndole cortapisas a favor del poder económico, es el origen de
conflictos sociales como el que vive Venezuela hoy día. Pero desde una mirada
extensa, es el efecto de un neo-macartismo que ha penetrado la ideología
política moderna y que es la base misma del trumpismo.
El efecto bumerán del macartismo constituye un
obstáculo peligrosísimo al desarrollo de la democracia occidental, si tenemos
en cuenta cómo todavía opera en el panorama electoral dentro de Los Estados
Unidos neutralizando el funcionamiento libre de la izquierda democrática. La
izquierda está inmovilizada, generando una implosión social dentro de los
Estados Unidos, debido a los efectos propios de la retórica con que el poder
capitalista ha buscado debilitar al movimiento comunista internacional en la
segunda mitad del siglo XX. Se juzga la
parte por el todo traicionándose el principio esencial de la política y el gobierno
modernos que son el bien público y el respeto a la democracia. No quiero
comparar a Maduro con Jacobo Árbenz o Salvador Allende, o con Bernie Sanders,
sino dilucidar sobre las condiciones de posibilidad en que opera, y entender
mejor cómo se manifiestan las respuestas de hoy día a la crisis del capitalismo
en los países subdesarrollados, y de este modo evitar la demagogia que impera
en el ambiente político actual.
Es en este escenario donde el poder de Maduro
se impone, personalizando el patrimonio del chavismo, reflejando “ese mal
necesario” de partido único o “dictadura del proletariado” que como dice Mujica
acaba teniendo mucho de dictadura y poco de proletariado. Recordemos que, en
respuesta a este tipo de contexto político, surgieron en América Latina
movimientos insurreccionales y la teoría de que era imposible un cambio de
sistema de manera pacífica. Y si bien es cierto de que hablar de partido único
es contradictorio para evaluar al chavismo oficialista que ha sido reelecto en
el juego electoral democrático, tampoco debe ser descartado pues en última
instancia uno de los argumentos infalibles de la oposición es la realidad de
que Maduro lleva en el poder ya 25 años. No es sano ni para el país ni para el
prestigio de las banderas del socialismo cuya base no es otra sino la verdadera
democracia.
Ya sabemos que la historia se repetirá 6 años
más, pero todavía hay esperanza en que los grandes poderes hagan más diáfana la
vida política y económica de los más débiles, si no sigue dividiéndose la
izquierda, si no pierde su razón de ser y si se agüita ese gran sector ambivalente de
la ciudadanía que es cómplice cuando los poderosos violan el derecho
internacional, pero se agita al ritmo de la propaganda y la anatemización cuando aparecen las dictaduras de izquierda como
respuesta. Hay esperanza en que Kamala
salga presidenta y levante el bloqueo contra Cuba. Hay esperanza de que se termine
el extremismo político y la violación al derecho internacional, con tal de que
no haya más excusas para el caudillismo y su consiguiente vacío político. Si el
presente de hoy fuera ese futuro, hoy Maduro fuera expresidente, Cuba un país
que prospera, y podríamos derrocar en las urnas a quien se aferre al poder. ¿Por
qué debía mostrarme tan complaciente ante esos fuegos fatuos?