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Soy un poeta y educador cubano-americano.

viernes, 16 de octubre de 2020

LOS SECRETOS DEL CHE II

Los secretos más grandes sobre el Che no yacen escritos; se han filtrado a través de sus hombres, con el propósito siempre de salvarlo de dos mentiras históricas: una, que era un asesino; o que dejó de creer en Fidel. No conozco a un solo colega suyo que no le profesara profunda lealtad, aunque ante la incógnita o el oportunismo cediera un ápice a los extremos de la guerra fría. He pensado mucho sobre ello desde que sentí en mí las ancadas de rocinante. ¿Quién traicionó a quién? ¿Hubo traición? Orlando solía revelar esos secretos con naturalidad, pero luego lo sobrecogía el temor de dañar la imagen de Fidel, de dejar una estela negra en las páginas de la historia, de aliviar la tensión que mantenía lejos, al fin y al cabo, el extremo enemigo. Pero el mismo temor se convertía en el látigo que lo animaba y desafiaba para estar a la altura de su comandante cuya muerte nunca se resignó aceptar.

La primera impresión que tuve al saber de los conflictos que existían luego de las “Reuniones de Tarará,” “el sectarismo,” sobre cómo debía construirse el “socialismo tropical,” fue que el Che había abandonado sus cargos porque fue consciente de que las grandes aspiraciones que se había trazado la revolución estaban amenazadas no solo por el poder yanqui, sino el soviético. Cuba necesitaba (y fundaba) un nuevo orden mundial para crecer: ese que llamaría “la tricontinental,” cuyo eslabón fundamental es el sueño inconcluso de la Patria Grande y el movimiento anticolonialista. Mientras, había que cabalgar entre dos aguas. Los hombres del poder soviético en Cuba, Carlos Rafael Rodríguez, Joaquín Ordoqui, Dorticós, entre otros, apostaban por el modelo económico soviético del “cálculo económico,” mientras el Che planteaba mediante el Sistema Presupuestario de Financiamiento evitar la “ley del valor” y la “enajenación…”

Ya antes de emprender su viaje interminable, el divisaba los errores fundamentales que podrían dar al traste con la experiencia inaudita de “un socialismo tropical,” donde se fundiera “partido y revolución,” y cuya concreción máxima fue la fundación del PURSC. El joven que era, a mano con su generación triunfante, dedicó un esfuerzo descomunal a destronar el “sectarismo” (versión tropical del estalinismo), y cualquier forma de gobierno que pudiese reproducir la sociedad de clases, y el retorno al capitalismo. Con la masa había que andar, ella era el motor, el velero de la historia, y no la militancia de partido o clase. Este es uno de los conceptos que el Che maneja en su obra más tergiversados. Unos entienden que el Che tiene una mirada despectiva o autoritaria, sobre la base de su concepto de “vanguardia,” otros que es un romántico que cree en la posibilidad de que la “masa” pueda tener un role histórico, regente, en la forma de gobierno. O ambas. Sin embargo, lo que define el Che como “masa,”no es más ni menos que “todo el pueblo,” el consciente o inconsciente, el ignorante, el apátrida, en definitiva, todos los que conscientes o no son víctimas de la explotación del hombre por el hombre. Aquí el Che entiende la naturaleza auténtica de las revoluciones anticolonialistas, al margen de la ortodoxia marxista que considera fundamental para el desarrollo de una sociedad socialista la clase proletaria propia de los países desarrollados e industrializados como origen de la conciencia de clase proletaria.

El Che choca con uno de los pilares del “manualismo” y el “dogmatismo” marxista, que malinterpretan “la dialéctica de la historia,” y que coronan al “materialismo histórico” como un concepto totalitario e ideológico ante la complejidad de los procesos sociales. Aquí el Che se encuentra así mismo, su “destino sudamericano,” “la incógnita de la esfinge.” Aquí el Che encuentra a Martí. Cuba, en este sentido, fue para él una escuela, y de ahí su admiración hacia Armando Hart y Haydé Santamaría, gestores culturales capaces, en el oscurantismo cultural sovietizante de los 70’s y 80’s, de mantener en alto la antorcha de la revolución de todo el pueblo.
En la carta de despedida a Fidel, el Che hace hincapié en su confianza de que pueda liderar exitosamente al pueblo cubano en su lucha por la independencia y soberanía, y explica sus razones: “Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario. He vivido días magníficos y sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe.”

Y es que, durante la Crisis de los Misiles, Fidel demostró que Cuba no era un satélite de la Unión Soviética, y que la soberanía e independencia del país no eran negociables. Entonces solo quedaría un camino para el desarrollo del socialismo: violentar las condiciones de posibilidad de la revolución en América, algo a lo cual se negaba la Unión Soviética. La visión idílica que el Che tiene de “la cortina de hierro,” se desmorona lentamente en sus viajes como embajador de Cuba a Eurasia, Yugoslavia, Egipto, pero sobre todo cuando al final de su experiencia en el Congo, hace una larga estancia en Checoslovaquia donde tiene tiempo de procesar lo pasado, escribir y perfilar sus próximas acciones. La comunicación con Cuba y con Fidel a veces se torna harto difícil y candente; nada nuevo. Pero la distancia era un antagonista peligroso, sobre todo cuando el mensajero desvirtuaba la información, o porque el Che debía usar identidades falsas para esconderse de las autoridades checas. Si la KGB conocía su paradero, la CIA lograría rastrearlo.

En 1964 el Che desaparece por momentos del radar geopolítico de la Guerra Fría cuando escribe sus “Apuntes críticos a la economía política.” Fidel no solo reconoce la complejidad de la situación y la noble aspiración de su hermano de lucha, sino que arriesga sus cartas políticas para salvarlo y encaminar sus energías. El Che confía en la capacidad de liderazgo de Fidel, en el conspirador sagaz, y entonces, una vez trazado el plan; habiendo constatado la determinación del Che a explorar nuevos horizontes, Fidel hace pública la Carta de Despedida, el mismo día en que la dirección del país determina el rumbo político que moldeará la imagen comunista de la revolución cubana; y la relación entre Cuba y la URSS se vuelve una alianza estratégica formal, con el costo político y la bonanza económica que ello conlleva.

El escándalo político sobre una posible muerte del Che, o su ruptura con Fidel, así como la Guerra Fría, no permiten al Che y sus hombres en Cuba asentar con claridad la ideología revolucionaria que de manera accidentada y urgente va saliendo a la luz. Las cartas a Quijano y a Sol Arguedas aún están contorneadas por la necesidad de no dejar lugar a dudas sobre lo inquebrantable de la unidad revolucionaria. No se podía dar lugar a especulaciones, cuando Fidel hace pública la “Carta de Despedida,” y nace el PCC. “Pero y si se quedaba” -le pregunté al enterarme de aquellas historias-. “Hubiera sacado chispas” -me respondió.

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