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Soy un poeta y educador cubano-americano.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Chicago

En 2014, hace ya un poquito más de 10 años, llegué a Chicago. Entonces tuve la común sensación del "sueño americano". Se te adentra por los oídos y los ojos, el rumor de la gran ciudad rugiendo al vacío, el majestuoso downtown, el postmodernismo reticular que lo abraza todo y nada. Al llegar de La Habana, había parado dos noches en Miami, en casa del contacto de un amigo peruano, que me aconsejó muy bien al oírme hablar de mis ideas "comunistas" y de mi pensamiento crítico que no satanizaba a Fidel, digo, me aconsejó que si me quedaba me fuera para Los Ángeles por ejemplo, que tenía que ver más conmigo. Siempre he tenido en gran estima el consejo de aquel buen escritor, por haber practicado una rara virtud: la honestidad, aunque descubriría después en Los (mismos) Ángeles, que tampoco se escapaba de la hegemonía del pensamiento anticomunista. Sin embargo, fue en Chicago primero, y luego en Los Ángeles, donde encontré posiciones heterogéneas, ideas afines a las de la revolución cubana, pero salvo raras ocasiones, de parte de los centroamericanos o americanos. Me apasionaba esa diversidad, y esa posibilidad, esa aventura, fue lo que más me impresionó y me impulsó en Los Estados Unidos. Claro, que como joven al fin, no veía esa boca jadeando en mi cuello, que en las sombras contenía todo el odio de su vida. Creía en la conciliación de la posguerra fría. Al fin y al cabo venía de una isla donde si la había sufrido, era de parte del extremo izquierdo, mientras que el derecho resultaba pasivo, trascendente, lejos de toda bipolaridad, a lo sumo, solapado. He esgrimido dicha causa, la de la conciliación. Al reflexionar sobre mi largo viaje ahora, pienso si sigo siendo ese joven utópico, soñador, y si no camuflo la decadencia de estar más enajenado e indiferente, con una cómoda posición conciliadora. El primer golpe fue, sin lugar a dudas, en el 2017, la victoria de Trump. Puedo decir que, al no ser que queramos seguir escondiéndonos de la violencia política desatada por la derecha en este país y el mundo, el trumpismo ha constituído nuestro "Moncada". De vuelta a una nueva campaña electoral donde se jugará el destino de la democracia, yo sigo realizando aquel viaje que comenzó una década atrás, y he vuelto a poner mis pies en la bella ciudad de Chicago. He "recorrido sus calles nuevamente", he sentido el trepidar de esos jinetes, heraldos, la resaca de todo lo vivido, el pan que se nos quema. De alguna forma he viajado en el tiempo, antes de la muerte de mi madre, y he vuelto a hablar con ella. Hemos puesto las cosas claras y me he vuelto a ver en sus ojos de impar nobleza. Entre tanto, caminaba por el parque metropolitano cuando divisé a un señor vendiendo libros. Parecía ecuatoriano. Además porque uno de ellos tenía un retrato de Guayasamín a Fidel. Pensé en tirarle foto. Era una coincidencia rotunda, porque entre otros pensamientos, meditaba sobre las raíces de mi admiración hacia aquel caballero...; pero sabía que si sacaba la cámara, o hablaba con aquel hombre, mi momento de gracia, mi virgen maría, podría disiparse y dejaría de contemplar así aquella mañana singular. Preferí continuar indiferente. Quizá en otros tiempos me hubiera sentado a hablar con él, hubiéramos intercambiado números y señas. Pero en el fondo ya sé que no importa mucho; hay una elección mucho mayor a la de las urnas que un hombre tan inaccesible como dios, la humanidad, ha de hacer, y yo qué voy a significar en su boleta.... Tal vez así lo piense porque ya esta ciudad me ha devorado, y soy uno más con ella, y sueña que un día regresará a casa. 

lunes, 29 de julio de 2024

FUEGOS FATUOS

“Señores míos, dijo el anciano encarecidamente a los fuegos fatuos, en adelante voy a enseñaros el camino abriendo el paso; más esperamos vuestra preciosa ayuda para franquearnos la puerta del sagrado recinto, por la cual tenemos que entrar esta vez y que nadie más que vosotros podéis abrir.”

                                                             Johann Wolfgang Goethe 

 

Estas palabras son para los más jóvenes, para los que aún buscan la verdad. Hay aproximadamente 7 millones de venezolanos fuera de su país. Ellos son parte del pueblo de Bolívar y gran parte de este desea un cambio político y económico, y observan con tristeza la perpetuación de Maduro en el poder. Otros se suman y aclaman las políticas desestabilizadoras de Estados Unidos que hace décadas han truncado la voluntad de tantos pueblos del mundo. Dicho esto, no creo que Maduro haya falseado votos. Sería fácil de demostrarlo y sería un riesgo demasiado costoso si es que, como plantea la oposición, hubiera tenido la voluntad de robarse las elecciones. Pero sí creo que las reglas del juego no están claras, ni son justas de antemano, y que, si no se hubiera llegado a este punto de inflexión política, Maduro hoy no fuera presidente.

 A la mayor comunidad de venezolanos en el exterior se le prohibió votar, debido a que su actual país de residencia promueve una agenda imperialista, y no ha descansado de minar los procesos democráticos de izquierda: Tabaré, Evo, Lula, Chávez, Correa; hoy día Petro, Obrador. De esta manera Venezuela busca erigirse como un día Cuba lo hizo frente a los movimientos de izquierdas sofocados por sangrientas dictaduras bajo la tutela de Washington, y esquiva esa punta de lanza, la misma que hoy la derecha ha esgrimido contra el propio proceso democrático estadunidense, poniendo en jaque la institucionalidad y reavivando el fondo fascista de la sociedad global.

Se pensaba que llegaríamos a ponernos de acuerdo por el bien de todos y el futuro de la civilización: hablo del pequeño deshielo que iniciaron Obama y Raúl, y las tendencias de inclusión y equidad políticas que abogaron por una unidad de la diversidad a comienzo de siglo. Ya son hoy un espejismo cada vez más lejano y pareciera que nos adentramos de nuevo en la guerra fría, en un mundo de fuegos fatuos.

De modo que cuando analizamos el contexto del madurismo en Venezuela (quiero distinguirlo del chavismo como revolución auténtica popular -democrática), no se debe desconocer la realidad en que se ha fermentado: nuevamente una realidad en que los grandes intereses económicos han buscado subvertir el poder del pueblo, y han desconocido su derrota histórica; Trump a la cabeza. ¿Será el gobierno de Maduro continuación o no del “socialismo del siglo XXI”, un socialismo democrático, que no caiga en los errores del caudillismo y de su definición por negación, dándole la espalda a una parte del pueblo? No es fácil encontrar una respuesta, cuando las campañas opositoras no han jugado limpio, propinando golpes de estados, buscando el control de la opinión pública mediante los medios, inyectando millones a la subversión y una gran parte de la comunidad internacional mirando hacia el otro lado: esa ambigüedad brutal que se ha adueñado de mentes y corazones brillantes es hoy una realidad ya histórica.

Sin la verdad no se llega lejos. Hay que hablar con honestidad y evidencias de cómo se ha venido imponiendo un modelo proto-fascista en la sociedad global. Si bien los gobiernos que emergieron con el socialismo del siglo XXI concientizaron la necesidad de retomar el camino socialdemócrata, la oposición victoriosa con la llegada de Trump al poder se encargó de desarticular cualquier vestigio de la base legítima de la socialdemocracia en América Latina; base de la que pareció emerger otra era de paz y bienestar social para todos los pueblos. Pues ahora podemos ver parte de las consecuencias de la política de desestabilización que se agigantó con el trumpismo, como mismo han podido atestiguar al final del capítulo XX de la Historia, cómo la despiadada y engañosa guerra de Occidente en Medio Oriente no hizo más que avivar un avispero que sigue amenazando la seguridad de mayores ciudades del mundo.

¿Que hubo y ha habido otras maneras de negociar los conflictos e intereses del mundo?, no hay dudas, si la especulación capitalista y la extrema derecha no hubieran seguido moviendo la balanza a su favor por detrás del telón. La vuelta a un escenario político donde el extremismo no permite legislar y por ende funcionar al sistema democrático mismo, haciéndole cortapisas a favor del poder económico, es el origen de conflictos sociales como el que vive Venezuela hoy día. Pero desde una mirada extensa, es el efecto de un neo-macartismo que ha penetrado la ideología política moderna y que es la base misma del trumpismo.

El efecto bumerán del macartismo constituye un obstáculo peligrosísimo al desarrollo de la democracia occidental, si tenemos en cuenta cómo todavía opera en el panorama electoral dentro de Los Estados Unidos neutralizando el funcionamiento libre de la izquierda democrática. La izquierda está inmovilizada, generando una implosión social dentro de los Estados Unidos, debido a los efectos propios de la retórica con que el poder capitalista ha buscado debilitar al movimiento comunista internacional en la segunda mitad del siglo XX.  Se juzga la parte por el todo traicionándose el principio esencial de la política y el gobierno modernos que son el bien público y el respeto a la democracia. No quiero comparar a Maduro con Jacobo Árbenz o Salvador Allende, o con Bernie Sanders, sino dilucidar sobre las condiciones de posibilidad en que opera, y entender mejor cómo se manifiestan las respuestas de hoy día a la crisis del capitalismo en los países subdesarrollados, y de este modo evitar la demagogia que impera en el ambiente político actual.

Es en este escenario donde el poder de Maduro se impone, personalizando el patrimonio del chavismo, reflejando “ese mal necesario” de partido único o “dictadura del proletariado” que como dice Mujica acaba teniendo mucho de dictadura y poco de proletariado. Recordemos que, en respuesta a este tipo de contexto político, surgieron en América Latina movimientos insurreccionales y la teoría de que era imposible un cambio de sistema de manera pacífica. Y si bien es cierto de que hablar de partido único es contradictorio para evaluar al chavismo oficialista que ha sido reelecto en el juego electoral democrático, tampoco debe ser descartado pues en última instancia uno de los argumentos infalibles de la oposición es la realidad de que Maduro lleva en el poder ya 25 años. No es sano ni para el país ni para el prestigio de las banderas del socialismo cuya base no es otra sino la verdadera democracia.

Ya sabemos que la historia se repetirá 6 años más, pero todavía hay esperanza en que los grandes poderes hagan más diáfana la vida política y económica de los más débiles, si no sigue dividiéndose la izquierda, si no pierde su razón de ser y si se agüita ese gran sector ambivalente de la ciudadanía que es cómplice cuando los poderosos violan el derecho internacional, pero se agita al ritmo de la propaganda y la anatemización cuando aparecen las dictaduras de izquierda como respuesta.  Hay esperanza en que Kamala salga presidenta y levante el bloqueo contra Cuba. Hay esperanza de que se termine el extremismo político y la violación al derecho internacional, con tal de que no haya más excusas para el caudillismo y su consiguiente vacío político. Si el presente de hoy fuera ese futuro, hoy Maduro fuera expresidente, Cuba un país que prospera, y podríamos derrocar en las urnas a quien se aferre al poder. ¿Por qué debía mostrarme tan complaciente ante esos fuegos fatuos?

Chicago

En 2014, hace ya un poquito más de 10 años, llegué a Chicago. Entonces tuve la común sensación del "sueño americano". Se te adentr...