El aire que es del mundo su memoria,
trae el nemoroso cantío del gallo.
Lo surte el ruedo nocturno del viaje,
el ojo abierto suplicante en la sombra.
Canta el gallo mientras el sol se encima
a prender las velas del tiempo humano,
y enmudece airoso de su obra cumplida
aunque el filo de las horas lo degüelle.
Se erige el hombre, un pueblo se alza,
en el espejo de aguas el ojo enfurecido;
muda a ser frontal penacho encendido
el pecho incansable de rotas alas.
La mañana tarda en tántrica abertura
en la nuez del gallo a aventurar su voz;
horas de trabajo incansable en la noche,
son la sangre del gallo convertida en luz.